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Caminar por la dignidad - Contra la trata de seres humanos, 8 de febrero de 2023


Caminar por la dignidad

Contra la trata de seres humanos, 8 de febrero de 2023

Hablar de dignidad inmediatamente nos remete a algo precioso. Es una cualidad inherente a la persona humana; se refiere a la esencia misma de ser persona. Cuando no hay dignidad, no hay humanidad. Por lo tanto, la dignidad es inviolable. Quien atenta contra la dignidad de otro lo mata, aunque siga vivo porque una vida sin dignidad es una no-vida. La dignidad de la persona es sagrada y ante lo sagrado hay que sentir respeto.
La dignidad se puede perder, la dignidad se puede quitar, la dignidad se puede recuperar. La dignidad se pierde cuando nos alejamos de lo humano que hay en nosotros, cuando nos hundimos en la degradación, y eso por falta de respeto a nosotros mismos o por falta de respeto a los demás.

La dignidad se quita cuando negamos al otro algo que es inherente a la dignidad misma: ante todo, la libertad, la autodeterminación, el respeto de los derechos. En las formas más extremas, se arrebata la dignidad cuando se deja de considerar al otro como una persona para considerarlo un objeto del que se puede disponer. La esclavitud es una violación de la dignidad, y la esclavitud puede imponerse de muchas maneras. No hay necesidad de encadenarse a los grilletes. Están las cadenas de la discriminación, del desprecio, de la exclusión. Negar la esperanza y la oportunidad es quitar dignidad, porque la persona humana está hecha para realizarse, para esperar.

La dignidad se restablece cuando se rompen las cadenas, cuando se eliminan las preclusiones, cuando se da la bienvenida y se ofrecen oportunidades, especialmente cuando ante la otra persona uno se detiene en el respeto reverente. La dignidad se recupera cuando caminamos sintiéndonos necesitados, aceptando el regalo que me hace el otro, sea cual sea su condición.


El 8 de febrero es el día de oración contra la trata de seres humanos, instituido en memoria de Santa Josefina Bakhita, símbolo de los esclavos que pueden recuperar su libertad.

Caminar por la dignidad" es el lema de este año. Una invitación a no quedarnos quietos, a ponernos en marcha activando nuestros recursos para luchar contra la trata, para devolver la dignidad a quienes son víctimas de ella. Se calcula que hay unos 25 millones de víctimas de la trata en el mundo. De ellos, 5 millones serían víctimas de explotación sexual, 20 millones víctimas de esclavitud laboral. Muchas de las víctimas de la trata son emigrantes, personas que buscan una vida más digna y en esta búsqueda se ven a menudo despojadas de la poca dignidad que les queda. Esto ocurre, por ejemplo, en la peligrosa travesía del desierto del Sahara, víctimas por las que el Papa rezó mientras sobrevolaba ese desierto. Pero ocurre en muchas otras rutas a las que se ven obligados los emigrantes porque quienes podrían hacerlo no quieren darles la dignidad de la esperanza.
Como misioneros scalabrinianos que caminamos junto a los emigrantes, estamos invitados a aportar nuestra contribución a esta lucha. Ya lo hacemos dando consuelo y esperanza a quienes son rechazados en la frontera, a quienes la cruzan, pero no saben adónde ir, a quienes pueden redescubrir un atisbo de futuro a través de una oportunidad laboral. Ya lo hacemos en iniciativas de encuentro, diálogo, denuncia, proclamación. Ya lo hacemos compartiendo el pan y la palabra con los emigrantes que creen y que guardan su fe como un tesoro, aunque sea en vasijas de barro. Pero en esta ocasión queremos unir nuestra voz a la de la Iglesia y a la de todos los que están comprometidos contra la trata de seres humanos para condenar a quienes se aprovechan de los emigrantes necesitados, los esclavizan, violan su dignidad. Y también condenamos aquellas políticas migratorias que carecen de dignidad porque no permiten a los migrantes buscar una mayor dignidad.

Al participar en la oración a la que nos convoca la Iglesia el 8 de febrero, incluyamos a todos, víctimas y verdugos, porque unos y otros necesitan recuperar la dignidad, convencidos de que la dignidad más profunda es la que Cristo devolvió a la humanidad, una dignidad que nadie puede quitar y que nadie puede perder jamás.



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